TODOS SE MOJAN
Sobre el Parque de la Reserva
Lima necesita espacios de encuentro que integren a pobladores
El espacio público es aquel en donde las personas transitan con libertad, en pleno uso de sus derechos ciudadanos y por el que pueden sentirse bien de ser ignoradas y, al mismo tiempo, de ser respetadas. El espacio público "oculta" a las personas pues, ellas pueden moverse a través de él sin que nadie las observe, como si no existieran. Pero también las hace visibles porque este espacio es uno de encuentro. Quienes aquí se encuentran pueden sentirse iguales en lo que respecta a sus derechos ciudadanos, aunque diferentes en lo que respecta a sus valores culturales.
Son, justamente, estos valores culturales los que ponen en peligro el uso del espacio público en la ciudad de Lima del siglo XXI. Las personas dejan de ser invisibles debido a estas diferencias y, al mismo tiempo, son jerarquizadas de acuerdo a sus costumbres. Esta jerarquización viola los derechos más elementales de los ciudadanos, pero al mismo tiempo vulnera los valores de la democracia.
Para que en una ciudad haya real democracia, todos aquellos que la habitan deben sentirse iguales entre sí por el simple hecho de ser seres humanos. Es justamente en el espacio público en donde estos iguales se encuentran para darse cuenta que, aunque siendo diferentes en vestimentas, comportamientos y colores de piel, son exactamente iguales en lo que respecta a derechos y deberes y, como iguales, pueden discutir con los otros ciudadanos. Esta es la esencia de la democracia: el hecho de que los problemas de los habitantes de una ciudad puedan ser discutidos por todos en igualdad de condiciones, entendiendo las diferencias culturales de estos mismos habitantes.
Lamentablemente, ello no ocurre en Lima porque como dije antes, el espacio público en la capital peruana sirve para establecer diferencias y jerarquías. Lo primero no es negativo porque es para eso que, entre otras cosas, existe el espacio público. Pero, a partir de las diferencias, establecer jerarquías entre las personas si es totalmente desafortunado.
En la Lima del siglo XXI se entiende que aquel que se viste y se comporta como occidental “blanco” tiene mayores derechos que aquel que se comporta como sujeto tradicional –es decir aquellos que viven en los sectores populares- y estos, a su vez, tienen mayores derechos de aquellos que aún se comportan como sujetos pertenecientes al mundo andino. Así, el espacio público limeño, en lugar de ser un espacio para ignorar y para encontrar, se convierte en uno que sirve para juzgar y para dividir. Las jerarquías son claras. El “blanco” se jacta de su comportamiento “refinado” y considera que aquellos individuos de sectores populares no saben reprimir sus impulsos y gritan, ensucian, ríen desenfrenadamente, entre otras cosas. Estos últimos consideran que los primeros son “pitucos” jactanciosos. Ambos grupos, más aun, consideran que los que provienen del mundo andino son ignorantes porque no hablan bien el castellano, sin darse cuenta que estos individuos son bilingües y se mueven en un ámbito cultural totalmente distinto al suyo.
Establecidas así las cosas, cabría peguntarse si es posible que en la ciudad de Lima haya un espacio en donde pueda encontrarse a representantes de todos los habitantes de la ciudad para que se observen y se den cuenta que aun siendo diferentes son, al mismo tiempo, iguales. Para que a partir de allí surja la discusión, el entendimiento y la democracia.
Estamos seguros que la ciudad de Lima aún no ha construido tal espacio. Peor todavía: en esta ciudad casi todo está enrejado, desde veredas, pistas hasta parques. La capital de la República se convierte así en una ciudad prepotente, en donde los derechos de la mayoría son violentados a diario. Sin embargo, aunque en la ciudad no hay un espacio público que pueda ser considerado como tal, el Parque de las Aguas, que está lejos de ser un espacio público per se, porque hay que pagar para ingresar, sirve, a nuestro entender, de un lugar en donde los limeños diferentes pueden encontrarse.
Cuando el hasta entonces alcalde de Lima Luis Castañeda lo inauguró en julio de 2007 no tenía previsto que el parque podría cumplir la función de ser el espacio público que Lima necesita. En él se encuentran aquellos considerados “pitucos” jactanciosos que gustan del “orden”, aquel que es posible encontrar en el parque por la constante presencia de serenos municipales. Pero allí también están aquellos individuos de sectores populares, “desenfrenados” para los primeros y que hallan en las fuentes y en el agua elementos para expresar su “desenfreno”: ingresan a ellas, se mojan y salpican a todos haciendo que aquellos “pitucos” también se mojen y disfruten del desenfreno. Lo hacen tanto que aún ellos ingresan a las fuentes y, como jugando carnavales –aquella actividad que les disgusta por desenfrenada- se mojan y, de paso, mojan al resto.
La actual administración de la municipalidad metropolitana de Lima quiere establecer la gratuidad para acceder al parque. Ello lo convertiría en un espacio realmente público. En él, la mayoría de limeños podría encontrarse y se daría cuenta que aunque podemos lucir diferentes somos iguales. Ese podría ser el inicio para la discusión y el entendimiento. Podría ser el brote de la democracia y como todo brote, necesita de mucha agua.